lunes, 13 de mayo de 2013

CERTAMEN RELATO CORTO DE TERROR 2013

RELATO GANADOR



TRAS EL CRISTAL

Aquella tarde fría y lluviosa de otoño, yo esperaba a mi amiga Marta en la esquina del parque frente a su casa. Llegaba tarde, como siempre. Al cabo de un rato me llamó al móvil: se retrasaría como una hora porque tenía que cuidar a su abuela mientras su madre llegaba . Me dijo que fuera a dar una vuelta para pasar el tiempo. Crucé el parque pensando en tomar un café en un bar cercano pero estaba cerrado. Entonces me fijé en una gran carpa roja y negra que estaba instalada en el lateral del parque. En grandes letras amarillas ponía: 

¿QUIERES PASAR MIEDO?

En otras circunstancias no habría entrado en aquella feria hortera, pero lloviznando, sólo y aburrido como estaba, me pareció una buena manera de matar el tiempo. Me acerqué a la entrada; pensé que a aquellas horas no habría nadie pero oí risas y murmullos dentro y eso terminó por decidirme a entrar. No había nadie en la taquilla, solo un cartel que ponía:

"ENTRE. YA PAGARÁ A LA SALIDA ... SI CONSIGUE SALIR"

Pensé: Bueno, no empezamos mal".

Para entrar aparté una pesada cortina roja que daba paso a una estancia llena de aparatos de tortura de todas las épocas: guillotinas, garrote vil, silla eléctrica, una cama estrecha donde te tendían y estiraban brazos y piernas, etc... Todos ellos con sus correspondientes figuras con caras de auténtico terror (muy bien conseguidos por cierto). Tenían sangre espesa y pegajosa y ojos saltones.
Cuando yo entré en esa sala, vi gente saliendo por la siguiente cortina que daba paso a la 2ª sala. Pude ver una especie  de carpa negra y poco más. Se oían susurros, risas nerviosas y algún grito. Imaginé que delante de mí había entrado algún grupo. Cuando iba a entrar por la siguiente cortina, una horca se me enredó en el cuello al tiempo que todos los personajes de las torturas se levantaban y corrían hacia mí. Me quité como pude la horca del cuello y corrí hasta pasar la cortina y cerrar tras de mí. Afortunadamente los actores se quedaron en su sala no sin antes manotear la cortina e intentar agarrarme por brazos y piernas. "¡Coño, han conseguido asustarme!... Bueno, después de todo de eso se trata, ¿no?".
Me puse a ver donde estaba ahora. Era una sala grande y, como antes cuando yo entré oí a varias personas que ya salían. Estaba llena de personajes de las clásicas pelis de terror: Drácula, Frankenstein, la Momia, niñas poseídas.... Todos ellos fantásticamente caracterizados. Para llegar a la siguiente sala había que atravesar un ataúd que estaba puesto en pie con la tapa abierta y por cuyo fondo se veía la correspondiente cortina roja. Me metí en él y de pronto un crujido y las afiladas garras de Freddy Kruegger atravesaron la madera y quedaron a centímetros de mi cara. Grité con toda mi alma y tan rápido como se había cerrado la tapa se abrió  yo salí y todos los personajes volvían a estar quietos en sus respectivos lugares. Atravesé la salida como una exhalación y penetré en una habitación distinta a las dos anteriores. tenía mucha luz, nada en medio y en las paredes estaban colgados 19 cuadros  No es que yo los contara, no; es que estaban numerados y, la verdad se experimentaba una extraña sensación al mirarlos. Había personas jóvenes y mayores, un señor mayor con un bastón levantado como queriendo romper el cristal y, lo que más me impresionó fue el cuadro de un niño de unos 5 años que extendía desesperado los brazos hacia una mujer que estaba en el cuadro de al lado que a su vez estiraba los brazos hacia el niño.
Todos tenían la mirada fija y, si algo tenían en común, era que ninguno sonreía. Decidí salir de allí, después de todo Marta ya estaría a punto de llegar a nuestra cita y, por otra parte, empecé a sentirme inquieto. Por alguna razón aquellos cuadros inmóviles me daban más miedo que todo lo demás. Imaginé las risas de Marta cuando le contara todo esto, ella que no se asustaba de nada, a lo mejor querría volver a entrar....
Salí por la consabida cortina roja y entré en una sala totalmente oscura. Ahora las risas y los murmullos se oían con más nitidez. Imaginé que de pronto se abrirá una puerta y yo saldría de aquella inquietante oscuridad para darme de lleno con  un grupo de adolescentes que se reirían de mi cara de pavor. Ojalá hubiera pasado eso. La realidad era que yo seguía sin ver absolutamente nada, tanteaba por el único camino posible. Iba por un estrecho pasillo de madera, mis manos tocaban los dos lados. Sentí algo detrás de mí, concretamente una fina risa nerviosa que me erizó el vello. Intenté volver atrás. Imposible. Alguien posiblemente el de la risa, había taponado el camino de vuelta. Solo podía seguir adelante. El pasillo se estrechó tanto que tuve que ponerme de lado para seguir avanzando. Ahora mi pecho y mi espalda rozaban dos superficies duras. Ya no podía ni subir los brazos que estaban estirados hacia abajo. El suelo ya no era plano sino que empezó a elevarse en una ligera pendiente hasta que me fue imposible avanzar más. Oí un ruido que una tabla cayendo por donde había subido. Imposible retroceder. Grité que me abrieran, que como susto ya estaba bien... quería salir, estaba acojonado, me faltaba el aire y entonces... Otro crujido ante mí, una tabla cerrándome el paso. Quise tranquilizarme, pensé: "Pronto se abrirá todo, saldrás al parque, a Marta, a la vida ...".
Pero no fue así. De repente una intensa luz ante mis ojos me deslumbró.
Cuando me acostumbré a ella empecé a ver la realidad. Lo que sentía en mi espalda era madera, lo de mi pecho cristal y lo que ahora ante mí, a mi altura, eran los cuadros de la mujer y el niño que antes yo había mirado desde el centro de la habitación. Esa habitación que yo ahora veía desde arriba y en cuyo centro tres individuos pequeños y con capas negras me observaban divertidos mientras acercaban hasta mí un enorme marco negro y dorado como el que adornaban todos los cuadros que yo ahora tenía a mi alrededor.
pensé en el móvil, pero pensé tarde, justo cuando oí como una pequeña ranura se abría en el fondo de madera y sentí un doloroso pinchazo en la base de mi espalda. Un liquido caliente recorrió mi cuerpo y empecé a notar como todo mi ser se paralizaba de los pies a la cabeza dejando sólo activo el cerebro.
El móvil cayó de mis manos inertes en el momento en que empezó a vibrar por una llamada, supongo que de Marta cansada ya de esperarme. Durante horas el teléfono no paró de sonar hasta que la batería se terminó y quedó tan inservible como mi cuerpo.
Ahora ha pasado el tiempo. No se cuánto, hace mucho que perdí la cuenta.
Tras el cristal, todo lo que puedo hacer es observar a la gente que entra en la carpa como yo entré aquella maldita tarde de otoño. Se paran en el centro de la sala y miran los inquietantes cuadros como yo ese día los miré. Deseo que piensen que hay algo raro, pero claro... Al fin y al cabo se trata de una carpa del terror donde nada debe de ser normal. ¿Quién va a buscar a alguien desaparecido en semejante sitio?
Imaginé mi aspecto: las piernas abiertas, el móvil encima de mi pie derecho, la mancha de orina que no pude evitar en mi pantalón, el hilillo de baba que me cuelga constantemente, mis ojos muy abiertos, mi pelo alborotado... patético.
A veces veo a esos extraños seres bajitos en el centro de la sala. A diferencia de nosotros ellos siempre están riendo con esa risa siniestra que retumba en mi cerebro. Preparan ese líquido verde, espeso y caliente que cada cierto tiempo nos inyectan en la base de la espalda. Supongo que, sea lo que sea, es ese mejunje el que nos mantiene en este estado vegetal en el que sólo la mente se mantiene viva.
Desde que estoy aquí han cogido a dos más que como yo cometieron la torpeza de entrar solos en la carpa.
A menudo nos cambian de ciudad; nos transportan con pequeñas grúas en grandes camiones de feria. Si alguna vez entras, yo soy el cuadro número 20.


Autora: Margarita Guerrero Lozano

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